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Querido Luca:


Ha pasado mucho tiempo. Perdón. Solo te pido que me leas.


Es sábado por la noche, veo llover fuera de mi ventana, estoy sola en casa y haciendo un poco de drama. Ya me conoces. Me arrepentiré de este día, pero lo tengo que hacer. No aguanto más esta angustia en mi pecho.


He decidido escribirte una carta para que, por fin, sepas toda la verdad. Sé que es tarde y que no viene a cuento, pero no puedo más; necesito paz mental. Yo no quería herirte, más bien lo contrario.


Aquel verano, ya sabes qué verano, te puse una fecha de caducidad. Lo di todo contigo porque sabía que no iba a ser para siempre. Pensé que jugar a estar enamorada, volverte loco, sería divertido. Lo que no intuía era que fuera a ser de verdad. Justo antes de que te fueras, te enterré bajo tierra. Me alejé de ti con la intención de no sufrir. Pensé que así te liberaba a ti y a mí al mismo tiempo. No tenía ni idea del amor. Era una puta cría.


Recuerdo el día que entraste en la cafetería. Me miraste de reojo y me reconociste al instante.

Mi cuerpo y mi mente no sabían cómo reaccionar. Solo sé que me puse contenta. ¿Quién se encuentra a miles de kilómetros de Barcelona con un amigo de toda la vida?


Después de ese día, ya sabes lo que pasó. Entre clase y clase de inglés, me pasabas a buscar y nos comíamos a besos. Jamás pensé que sería tan increíble estar contigo. Como dijiste, alguien nos puso juntos por algo.


Siento que me envenenaste con tu olor, con tu lengua, con tu sabor. Recuerdo tus rasgos de la cara, de tu pecho, de tus brazos. Mi cuerpo se sentía completo al estar contigo.


Londres era temporal y tú y yo también. Sabías que yo me quería quedar, y tú te tenías que marchar. No supe gestionar nuestra relación. No supe admitir que te necesitaba. Era una idiota. Pensé que lo nuestro no era especial. No pude pedirte que te quedaras.


Han pasado ya dos años y no lo puedo superar. He estado con más chicos, con más chicas. Finalmente viví las aventuras que estaba buscando. Pero ninguno me revuelve tanto como tú. Ninguno hace que me olvide de ti. No sé si es melancolía o una obsesión. Yo no quiero hacerte daño, más bien lo contrario.


Sé que es tarde y que seguramente ya no te importe esta información. Sigo trabajando en la empresa de siempre, viviendo con Amelia. No sé si leerás esta carta...


Escuché que estás con una chica, tal vez enamorado. Sé que soy egoísta, una niña imbécil llorando un sábado a las tres de la mañana. No es la primera noche que lloro, pero sí quiero que sea de las últimas.Por eso te escribo, porque solo tú puedes parar esta historia en mi cabeza.


Dicen que las historias que no se cierran bien permanecen abiertas. Podría seguir sacando esperanzas de cualquier pequeña señal del universo. Me convenzo de que lo nuestro pasará, y te juro que me está matando.


Me imagino una y otra vez que apareces un día en la puerta de mi trabajo. Te apoyas en la pared del edificio de enfrente, como cuando venías a buscarme a las clases de inglés. Me pongo a llorar y solo puedo correr hacia ti. Me imagino tu cara mirandome una y otra vez, tus vaqueros oscuros y tu camiseta blanca de Rip Curl.


Tu imagen, los días de sol, los de lluvia, los de niebla. A veces cierro los ojos justo antes de llegar a la puerta y los abro al contar hasta tres, como si de un golpe de suerte se tratara tu presencia. La lotería del amor. Me estoy volviendo loca, ya lo sé, y decirlo suena aún peor.


Por favor, no contestes. Me da demasiada vergüenza saber tu opinión.


Este es el trato. Te doy un mes. Ven. Ven, por favor. Si no vienes, mi duelo por fin acabará. Sabré que este sí es el final de nuestra historia. Tal vez tú la cerraste hace tiempo, no te culparé. Yo creía que sí, pero no. Sigues dentro de mí. Necesito esta última oportunidad.


Te love you,


Mía




 
 

María llegó a la fiesta de reencuentro. Las vacaciones se veían reflejadas en el color Nutella de su piel y en el amarillo brillante que el sol dejó en su pelo. El relax y la lejanía de la rutina habían dejado en su rostro una expresión alegre y una trenza larga y desaliñada posada sobre su hombro.


Entraron uno a uno todos sus amigos y los amigos de sus amigos. Y, de pronto, entró él. El chico que, hace más de dos años, a primera vista, le pareció que tenía mucho rollo. Un individuo con un aura genuina. Una primera impresión que resultó ser fallida. Un chasco.


Lo vio al fondo y lo saludó a lo lejos.


—Hola.


María, como todos los humanos, cree que tiene un don. Intuye grandes historias en las personas. Preimagina conexiones, risas, buenas amistades. Muchas veces se equivoca. Pero ella sigue pensando que tiene ese don.


Cuando se equivoca, no pasa nada. Es solo que héroes, superwomans, pasan a ser normales, aburridos, bordes o incluso gilipollas. Simplemente se siente traicionada por su sexto sentido y por la pérdida del potencial de una relación grandiosa. No le pasa con todo el mundo. El brillo especial lo reconoce en pocas personas.


María saludó a todos, incluida la novia de Danny. Al rato, fue al baño y, al entrar en la casa, se encontró de frente con Danny. Con una sonrisa y sorprendentemente majo, le dio dos besos.


—Qué guapa estás.


A María se le cortocircuitó el cerebro. Primero, porque jamás creyó que fuera guapa y, segundo, porque no esperaba una frase así de esa persona. Su mente no sabía cómo rescatar al gilipollas desubicado del lugar del olvido y traerlo de vuelta a la zona de amigo otra vez.


No pudo pensar tan rápido, así que simplemente empezó a hablar de sus vacaciones con un tono nervioso y raro. Hablar, hablar. Eso se le daba bien.


María no sabía cómo tomarse ese cumplido. No sabía si él se merecía otra oportunidad. No entendía si sus expectativas hacia él eran ciertas o no. Volvieron las dudas. Tal vez, por encima de todo pronóstico, él sí que la había visto. A lo mejor solo la estaba ignorando.


¿Puede que haya personas que ignoran a otras personas queriendo? ¿Hacen como que no les caen bien, pero en el fondo sí? ¿Construyen muros gigantes frente a ellos para que no les puedan ver? ¿En realidad estaba María en lo cierto y Danny sí tenía rollo, pero no quería compartirlo con ella? ¿Es eso ser gilipollas? ¿O no?


Las emociones que no se muestran, que no se expresan con un gesto, una broma, una buena conversación, se evaporan. Las relaciones están cargadas de expectativas que vienen y van. Si no las cumples, puede que pierdas la oportunidad. El corazón confía y espera, pero también cambia. Y el cambio ordena, etiqueta y asocia emociones a momentos y personas.


María reflexionó en su casa después de la fiesta y, con una pasividad latente y una pequeña esperanza en su interior, llegó a una conclusión:


<Danny, no esperes a abrirte, no esperes a ser de verdad conmigo si te importo. No esperes, porque el tiempo no nos va a esperar.>






 
 

Nos pusimos las gafas y miramos al cielo. La oscuridad hizo que aquellas gafas no sirvieran de mucho. No se veía nada. Estaba opaco, como cuando cierras la puerta de una habitación sin luz.


La ceguera momentánea nos llevó al silencio. Nadie se movía. Nadie hablaba.


Transcurrieron unos minutos cuando noté una mano acercarse a la mía. Con un tacto tímido, entrelazó sus dedos con los míos. No sabía si era una mano de hombre o de mujer. Tenía que ser alguien de nuestro grupo, eso estaba claro, no había nadie más en la explanada.


Me quedé quieta, como cuando alguien te cuenta un secreto. A los cinco minutos, me soltó. Sentí que se alejaba cuidadosamente y, al mismo tiempo, volvió la luz al planeta.


Miré a mi alrededor, buscando su mirada. No logré encontrarla. Todos nos observábamos sonreír, emocionados por la belleza del momento. Fue impresionante. Un día especial.


Nunca supe quién me agarró aquella corta noche. La mano del eclipse.




 
 
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