Nos pusimos las gafas y miramos al cielo. La oscuridad hizo que aquellas gafas no sirvieran de mucho. No se veía nada. Estaba opaco, como cuando cierras la puerta de una habitación sin luz.
La ceguera momentánea nos llevó al silencio. Nadie se movía. Nadie hablaba.
Transcurrieron unos minutos cuando noté una mano acercarse a la mía. Con un tacto tímido, entrelazó sus dedos con los míos. No sabía si era una mano de hombre o de mujer. Tenía que ser alguien de nuestro grupo, eso estaba claro, no había nadie más en la explanada.
Me quedé quieta, como cuando alguien te cuenta un secreto. A los cinco minutos, me soltó. Sentí que se alejaba cuidadosamente y, al mismo tiempo, volvió la luz al planeta.
Miré a mi alrededor, buscando su mirada. No logré encontrarla. Todos nos observábamos sonreír, emocionados por la belleza del momento. Fue impresionante. Un día especial.
Nunca supe quién me agarró aquella corta noche. La mano del eclipse.

Commentaires