Sabía que era imposible volver a encontrarnos, en una calle, un día cualquiera, en otra ciudad, sin decirnos dónde.
-- Si algún día te vuelvo a ver seguirás siendo mi novia. Mis besos seguirán siendo tuyos. Te daré uno tan grande, tan intenso. Te lo prometo. La distancia nos rompe hoy, pero tú y yo seremos siempre.
Y nos rompimos fuerte y sin retorno.
Busqué en mi mente su sabor, sus labios gruesos rozando los míos. Las manos suaves acariciando mi cuello. La forma en la que se movía cada vez que le tocaba. Dibujé su físico en la retina de mis ojos. No quería olvidarle.
Años después apareció en las redes sociales. Compartimos mensajes cariñosos, algún te echo de menos entre silencios incómodos y palabras contenidas. Él se había casado, esperaban un bebé. Yo tenía pareja.
Nos fuimos quebrando cada vez un poco más. No hay fantasía que soporte la fría realidad.
Marzo 2017, caminaba sola por Ámsterdam. Había ido a recoger mi pasaporte a la embajada. Llevaba un café de Starbucks en la mano, mi preferido desde aquel verano en San Francisco.
Alcé la vista y lo vi. Era él, lo supe al instante. Mi cabeza no lo entendía, lo trataba de fantasma. Me quedé helada. Paralizada. Él me miró un segundo e hizo como si no me conociera. No iba solo llevaba a una mujer a su lado con una niña de unos 12 años.
No me moví cuando pasaron por la calle estrecha en la que me encontraba. Sentí en café caliente en mi mano tras el escalofrío intenso de mi piel. Caminaron lento y sin mirar atrás dejé libres las lágrimas que brotaban desde mis entrañas.
No sabía por qué lloraba. Lo había encontrado. Lo imposible era posible. Después de cada esquina, cada paseo imaginándomelo, allí estaba. Mi destino. Lloré más fuerte cuando alcancé a dar el primer paso. Ahora sabía que era una mentira. Que no era Oscar, no era él mi amor para siempre.
Tiré el café con muchísima rabia a la basura. Giré la calle con prisa, intentando llegar al tren lo antes posible. Necesitaba huir de mí, de aquella historia que me había inventado.
Fijé la mirada en el suelo con el peso de la vergüenza sobre mi cabeza. De repente un cuerpo choco con fuerza contra el mío. Me agarró del cuello, me puso la cara frente a la suya. Sus ojos estaban abiertos como el que ve una obra maestra. Era él. Había vuelto.
-- No digas nada. Te quiero.
Y me besó. Un beso lento e intenso. Nuestros cuerpos se pegaron como imanes, se reconocieron en un abrazo dulce. No había mar, ni tiempo de por medio. Me olió el pelo, saboree su cuello. Volvimos a mirarnos.
-- Te querré siempre Elena. Sé feliz.
Y se marchó con la emoción en sus ojos. No me dejó decir palabra. Tampoco quise decir más. Solo necesitaba verdad.
Una viaja, vive, trabaja, conoce, besa, ama, lee, envejece. Una da pasos en su propia dirección, dejando historias atrás y un día se encuentra de frente con su propia alma. Y se da cuenta de que los mil lugares pasaron por su cuerpo, pero ella nunca cambió. Ella siempre siguió queriendo.
Llegó junio y me hice una prueba de embarazo. Tras años intentándolo lo habíamos conseguido, estaba embaraza. Hans no se lo podía creer.
Mi cuerpo me dejó avanzar. Ella, o tal vez yo, aprendió a guardar el amor en un lugar para siempre.
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