Ayer asistí a mi primera clase de escritura emocional. Estaba nerviosa. No tenía ni idea de si iba a estar a la altura.
Cogí un boli, un bloc de notas que me regalaron en mi cumpleaños y a las siete de la tarde estaba entrando a una clase online via Zoom.
Ella, la profesora. La conozco desde pequeña. Iba a clase de mi hermano en La Salle de Irún. Le reencontré hace un año y medio por las redes sociales y me enamoré de su proyecto de vida. Escribir libros, dar clases, blog, podcast, etc.
El curso de escritura emocional es algo que aún no sé porqué, pero presiento que encaja piezas de mi vida.
Escribir para entenderme, para desarrollarme como persona, para sacar la tristeza, la alegría, el miedo. Desde bien pequeña cuando algunas de esas emociones rondaban por mi cabeza, no podía dormir. Miedo a coger un avión al día siguiente. Triste por haber suspendido alguna asignatura. Alegre por haber besado al chico que me gusta.
Abría el diario y sin pensar escupía en forma de letras todos los pensamientos que bailaban en mi cabeza. Una vez terminaba mi chapa, la música cerebral se relajaba y entonces me sentía bien y podía dormir.
La clase de ayer fue muy divertida. A parte de escribir varias historias cortas, me brindo la oportunidad de escuchar a mujeres diferentes, muy interesantes. A partir de sus relatos les fui conociendo un poco más. Mi sonrisa asomaba todo el rato por la ventanita donde ponía mi nombre.
El tema fue: LA LOCURA. Aquí dejo uno de los testos que escribí.
Llegué a África por un cúmulo de preguntas contestadas con un sí. Senegal fue el destino.
Estaba sola en el aeropuerto con mi ropa de trabajo en la maleta cuando encontré a el taxista que entre tanta gente de color, llevaba escrito mi nombre en su cartel.
- ¿Elena?
- Sí, esa soy yo.
Una hora y media de trayecto me llevaron a la casa donde iba a dormir. El tiempo pasó entre risas, gestos para entendernos y algún que otro miedo al mirar por la ventana y ver la pobreza del país. Cuando respiraba profundo entre todos mis nervios solo pensaba. < Esto no es normal. ¿Qué hago aquí?. Estoy loquísima.>
Quince días después el mismo taxista me llevo de vuelta al aeropuerto. Yo ya me había aclimatado al entorno. Iba mucho más relajada. Confiaba en él aunque seguía sin conocerle de nada. Era joven, guapo y muy gracioso. Me hablaba en francés y yo le contestaba como podía.
En un momento de bromas, se me declaró. Dijo que quería casarse conmigo. A mí solo me entraba la risa floja entre tanta tontería.
Bajamos del coche, me agarró de la mano y me acompaño hasta la puerta de salidas. Yo me deje cuidar y llevar por aquel momento subrealista en un país subrealista. < ¿Qué hacía yo agarrada de la mano de un Senegales? >
Me alejé de él después de darle las gracias. Hizo que mis miedos se convistieran en una experiencia divertida.
Cuando cogí distancia alce mi mano y le dije adiós. Adiós al taxista y a aquella locura de viaje.
FIN
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